Diogo Cão era hijo ilegítimo de un militar, que
también era hijo ilegítimo. Tal vez eso, y los aires que soplaban en Portugal -por
ese entonces en el borde del mundo conocido- lo empujaron a búsquedas audaces
que lo convirtieron en uno de los más destacados navegantes portugueses del
siglo XV. Es así que por ahí de 1450, se encontró con la desembocadura de un
ancho río y con los habitantes de un reino que dominaba sobre él. Ellos eran la
etnia bakongo, y él los llamó el Reino Congo y al río, el Nzadi, lo llamó Zaire. Los bakongo habían llegado hacía varios
siglos desde el sur y se habían instalado a las orillas de este inmenso río
que, pronto descubrirían, se tragaba todas las aguas de la exuberante selva
ecuatorial.
Ellos se quedaron en la zona más cercana a la costa,
dejándoles a los bantúes y a los twa la profundidad de la jungla. Allí donde
instalaron su reino, el río se ensancha hasta convertirse en el profundo lago
Malebo y luego se estrecha para
precipitarse una y otra vez, incansablemente, en cascadas y cataratas,
hasta entregarse mansamente al mar en medio de bancos de arena.
Diogo Cão intentó lograr el vasallaje de su rey, Nzinga
Nkuwu y pronto descubrió que los bokongo no eran un pueblo primitivo. Tenían
una organización social compleja que incluso, consideraba y protegía a la
familia y a los discapacitados. Y en vez de llevarse unos nativos de muestra,
llevó una delegación diplomática del Reino Congo a su Rey, Juan II, a su regreso
a Lisboa. Y con eso logró su título de cavaleiro,
su escudo de armas y una renta vitalicia.
La fascinación que África ejerció sobre Diego Cão
hizo que realizara varios viajes, más allá de la desembocadura del río Zaire y
aun entrara en él, pensando que así sería posible llegar a las mentadas tierras
del Preste Juan. Lo cierto es, dice la leyenda, que murió en las fauces de un
cocodrilo en el mismo río.
Si hubo una llave para entrar al Zaire en la época
colonial, fue Kinshasa. Sir Henry Stanley la llamó Leopoldville. Antes de los
europeos, los pueblos bantúes se instalaron en la región del medio y bajo
Zaire, territorio exclusivo de los twa. Diferentes tribus y pueblos componían
la nueva población. Víctimas de la trata de esclavos o protagonistas del comercio de marfil; ambas
actividades enriquecieron al Reino Congo entonces erigido en reino instalado
junto a las cataratas que impedían el ingreso a África Central desde el río.
Pero para 1920, Kinshasa era un conglomerado de
aldeas tribales y viviendas que las empresas europeas instalaron para sus
empleados. De hecho, el nombre de la ciudad deriva de Kinsasa, que en lengua
local significa mercado. Hasta ese mercado llegaban, sobre las aguas del río -que
recoge las aguas de todos los ríos del África Central- toda clase de objetos,
alimentos -vivos y muertos- y personas.
La mezcla era tan grande que el Congo –el nombre se
fue apropiando del río y de la zona- llegó a tener su propia lengua: para
mediados de 1800, la lengua franca usada a lo largo del río era llamada Lobangi,
una lengua construida con retazos de las lenguas de los trabajadores africanos
que los occidentales llevaron de Zanzíbar, Comores y Tanganica. Luego, hasta los
europeos comenzaron a usarla. Alrededor de 1900 se terminó llamando Lingala, la lengua del Congo.
Y el río es tan grande –tan largo- que por mucho
tiempo los exploradores pensaron que se trataba de dos ríos, pues cruza dos
veces el ecuador, una vez de sur a norte y otra de norte a sur. Sir Henry
Stanley acabó con las dudas cuando en 1877 lo recorrió de cabo a rabo.
La barrera que suponen las cascadas y cataratas del
bajo Congo se superaron con ferrocarriles que permitieron unir Kinshasa con
Matabi, un puerto fluvial antes de las cataratas.
Es un río caudaloso, casi tan caudaloso como el
Amazonas y sus afluentes, con nombres como Lubulo, Aruwimi, Epulu, Likati,
Swhari, Ebola, Yengue, Solongo y muchos más forman una tupida red que drena un
territorio selvático no sólo rico en maderas preciosas sino que también fue una
fuente de marfil, caucho, uranio, y hasta diamantes, que hizo que los europeos
se aferraran a sus afanes coloniales y esclavistas mucho más allá de la
Revolución Francesa y la Declaración de Derechos que reconocía a todos los
hombres iguales. Aún más, se hacía uso de los mismos africanos para oprimir a
otros pueblos, es por eso que hubo una gran movilidad de etnias dentro del
continente. Y simultáneamente, el afán de islámicos y cristianos en propagar su
fe tratando de domesticar su corazón indómito. En consecuencia, los pueblos
africanos lucharon durante décadas entre
sí tratando de decidir si querían estados tribales según sus costumbres, o
estados europeizados, según lo que el neocolonialismo les proponía. En algunos
lugares, lucharon casi hasta el exterminio, y muchas veces, sin saber por qué
luchaban.
Entramos a África como si fuésemos de vacaciones.
Incursionamos, bautizamos ciudades, hicimos guerras, y nos trajimos recuerdos…
de África.
Como si fuera un país exótico. Con capital.
Referencias:
https://en.wikipedia.org/wiki/Lingala
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