martes, 23 de junio de 2015

¿CUÁL ES LA CAPITAL DE ÁFRICA?

¿Cuál es la capital de África? La pregunta, en el bullicio de la ciudad, en una charla de adolescentes, me dejó helada. Pero no por la ignorancia de los jóvenes, sino por la nuestra. Por esa actitud que los adultos hemos ido construyendo. La misma que es el origen de mi determinación de comenzar esta búsqueda documentada de la información que, de alguna manera la sociedad recopila, consciente o inconscientemente, y por lo tanto considera relevante, acerca de África.


Al principio, mi intención era exponer ciertos hechos que habían llegado hasta mí inconexos, y que luego se me habían revelado altamente relacionados. Pero al profundizar la búsqueda, la trama se evidenció compleja y estratificada en extremo, lo cual complejizó la idea de contar una historia, metamorfoseándola en una serie de crónicas que pretenden mostrar, no la realidad, sino solamente nuestra propia mirada desde un punto de vista más holístico, de un continente africano que aún no terminamos de comprender.

Este aporte no pretende tener un nivel científico, pero sí apela a saberes, creencias y aún mitos que circulan en el ciberespacio, interlineando realidades históricas, indiscutibles, perspectivas personales con reflexiones, noticias con rumores, en un tejido que es el que va construyendo, en definitiva, una memoria colectiva.

Africano, decimos cuando vemos a alguien de tez oscura; o tal vez brasileño, si somos argentinos. Miramos las noticias y hay una gran controversia porque un “blanco”, un policía “blanco” mató a un joven “afrodescendiente”. Me pregunto cuántas generaciones podría contar ese joven hasta llegar a sus ancestros africanos y cuántos genes de “blancos” se habrán filtrado en su historia. Y viceversa. Ese “blanco”… ¿tendrá un certificado de que sus genes son impecablemente “blancos”?

Esto me lleva a pensar qué es exactamente ser blanco en Norteamérica: tener la piel absolutamente blanca, de ésas que no toleran ni un poco de sol sin enrojecer… ¿solamente sangre anglosajona en las venas? Los españoles, entonces, no serían blancos; los franceses, tal vez; los italianos, no; los alemanes, sí; qué decir de ser descendiente o tener unas gotas de sangre de “pueblo originario”: de esquimales casi de piel amarilla, pasando por los cherokee, sioux y navajos, por nombrar algunos de los famosos “pieles rojas”…

Los americanos, desde el Polo Norte al Sur, vivimos en países que nos decimos democráticos, con legislaciones regidas por el ius solis –derecho del suelo-, que acepta como ciudadanos a todos los nacidos en el suelo nacional. Declaramos “… todos los hombres son creados iguales; (…) dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; (…) la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; (…) para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos…”. Estas palabras del Preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, escrito en 1776, han sido el modelo para el resto de las naciones americanas.

Es obvio que no les estuvimos haciendo honor, más allá de nuestros esfuerzos aboliendo la esclavitud, la encomienda, la mita y el yanaconazgo... Sin entrar en disquisiciones filosóficas, parece haber en nuestros genes algo más fuerte que nuestra voluntad de reconocer los derechos inalienables de nuestros pares.

Y nosotros, instalados en el extremo sur del planeta, nos escandalizamos cuando escuchamos discriminar entre población “blanca” e “hispana” y opinamos fervorosamente acerca de los problemas de la inmigración. Y nos olvidamos de mirarnos en el espejo cuando decimos, ya no “cabecitas negras”, pero sí indios. Y bajo esa denominación incluimos a kollas, mapuches, guaraníes, wichis, y otros tantos que ponen sellos especiales no únicamente al color de la piel sino a la fisonomía de nuestra gente; dejando que los pueblos originarios sigan marginados ignorando –nosotros, no ellos- que son los verdaderos dueños de la extensa riqueza de nuestra tierra. Y en las orillas de nuestras ciudades se apiñan bolivianos, paraguayos, peruanos, y sus hijos, hijos de nuestro suelo, como si no fueran ciudadanos, o como si pudiera haber ciudadanos de primera y de segunda.

Y para no quedar atrás, y olvidarnos del por qué es tan extraordinario encontrarnos con una piel oscura, organizamos un carnaval para los “afrodescendientes” argentinos, buscando rescatar en una fecha especial el legado que la cultura africana aporta a nuestro país. Como si existiese una única cultura africana, que se sumara a ese crisol de razas que decimos ser...

Un crisol que no logra totalmente su cometido de recibir las distintas razas, fundirlas y obtener un pueblo argentino, diverso y único.
Al fin y al cabo, se dice comunidades españolas, italianas, alemanas, francesas, belgas, y siempre hay una referencia a una nación situada en un continente que cabe en la palma de África. No decimos europeos, pero decimos africanos, no sudaneses, congoleños, libios, kenianos, etíopes…

¿Cómo no preguntar dónde está la capital de África?




Fuentes:












1 comentario:

  1. Aunque empecé a gestar esta idea hace tiempo, parece que no pierde vigencia, así que aquí vamos!!!

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