El brote de Ébola en África Occidental se
conoció en marzo de 2014, y mató a más personas que
la suma de todos los otros brotes de Ébola desde su descubrimiento en 1976. Sin embargo, no es más mortal que el
paludismo: 430.000 niños africanos murieron en el 2013 a causa de una enfermedad
que puede prevenirse y tratarse; o que la guerra civil como que azotó Liberia en
la que hubo más de 250.000 muertos. La globalización lo convirtió en el centro
de atención del mundo.
En septiembre de 2014, la Directora General de la OMS, M. Chan, dijo: "el
número de pacientes crece mucho más rápido que la capacidad para
gestionarlos".
En noviembre de 2014, se habían reportado 4960 muertes a causa del Ébola
en Liberia, Guinea, Sierra Leona, Nigeria, Mali y Estados Unidos. El número total de casos era más de 13.000.
Combatir y contener el virus en su fuente. Un
esfuerzo de respuesta y socorro mundial coordinados buscando un impacto para evitar
que se produzcan nuevas infecciones. Eso implica fortalecer el acceso a vacunas
para los niños y controles para que las embarazadas puedan tener bebés sanos. Apoyar
a las escuelas para que los niños puedan regresar a sus aulas. Asegurar a los
agricultores que puedan obtener cosechas y venderlas en el mercado. Ayudar a
superar la devastación producida por el Ébola y asegurar que no vuelva a
suceder. Excelentes propósitos difíciles de lograr en sociedades tan heridas
por el contacto mismo con la “civilización occidental”. Propósitos que pretenden lograr
lo inexistente antes de la llegada del virus. Una atención que se presta
sospechosamente cuando la sangre llega al río y golpea las puertas del mundo
desarrollado.
Dijo Margaret Chan que “debemos
investigar todas las vías para actualizar las capacidades mundiales de
preparación y respuesta ante brotes epidémicos”. El virus circuló durante tres
meses sin ser detectado. Viajó de Liberia a Dallas a través de Europa de
incógnito. Ningún régimen de gobernanza mundial puede gestionar lo invisible. Es necesario pasar de un enfoque pasivo en el control de la propagación
de epidemias a un enfoque proactivo que permita detectar pronto un evento y
contenerlo antes de que se propague por todo el mundo.
Al comienzo del brote, los países más afectados
tenían menos de 2 médicos por cada 100.000 habitantes (en Argentina hay 32,1
médicos cada 10.000 habitantes). Los hospitales carecían de salas de
aislamiento, no había cultura de prevención y control de la infección, y con
frecuencia tampoco electricidad ni agua corriente.
La recolección de datos no permitía
percibir la presencia de un brote. En toda la región solamente había un
laboratorio equipado para diagnosticar las fiebres hemorrágicas víricas. Con
esa infraestructura, la letalidad y propagación del virus son mayores que las
que serían en el contexto de un país desarrollado.
Incluso tras la llegada de los
laboratorios móviles, los servicios resultaron insuficientes. Seguía siendo
difícil seguir el rastro de la evolución del brote, con la desconfianza de la población
que prefería buscar atención en los curanderos tradicionales. Mucho más se
resistía a la presencia de los equipos extranjeros. Las mismas vías de
transporte, precarias e inextricables, que facilitaron la propagación de la
enfermedad por toda África Occidental, resultan primitivas para el transporte
de pacientes y muestras de diagnóstico.
Mientras la enfermedad permaneció en
las entrañas de África -lo que ocurrió durante cuatro décadas-, poco se
preocupó la comunidad internacional de estar bien preparada para tener un
encuentro cercano con el virus. Nadie pensó en la necesidad de vacunas, pruebas
de diagnóstico en el lugar de consulta, o tratamientos. Considerada una
enfermedad rara, pocos tenían los conocimientos especializados necesarios.
Al comienzo de este brote sólo MSF, el
personal de la OMS, Samaritan’s Purse y equipos de Uganda trabajaron con los
trabajadores sanitarios locales. Más de 500 de ellos perdieron la vida.
Tampoco había procedimientos internacionalmente
acordados para coordinar las actividades de los equipos de respuesta que
finalmente llegaron y esto provocó la pérdida de un tiempo muy valioso.
La gran movilidad de la población entre
los países de la región generó unas fronteras de porosidad selectiva: circulan
las personas, pero no los equipos de
rastreo de contactos.
Cuando las comunidades encontraron su
propio modo de separar a las personas sanas de las enfermas, se logró un
resultado más eficaz que las cuarentenas aplicadas por personal militar armado.
Según Chan: “Estamos elaborando un plan
de vacunas, con protocolos genéricos de pruebas clínicas y acuerdos de
aprobación reglamentaria acelerada con objeto de impulsar la elaboración de
nuevos productos médicos durante la próxima emergencia”.
Cada día que amanece en África
Occidental llega con la esperanza de haber roto las últimas cadenas de
transmisión. El fin parece cerca, casi más cerca cada día, pero todavía no
estamos en ese anhelado punto.
Al 14 de setiembre de 2015, se reportaron 11.306 defunciones en Liberia,
Guinea, Sierra Leona, Nigeria, Mali y Estados Unidos. El número total de casos es de 28.199 e
incluye a Senegal, España y Reino Unido.
Referencias
http://www.healthmap.org/ebola/#timeline
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