“Yo, el Preste Juan, soy Señor de los Señores y supero en toda suerte de riquezas que hay bajo el cielo, así como en virtud y en poder, a todos los reyes del universo mundo. Setenta y dos reyes son tributarios nuestros. Cristiano devoto soy y a los cristianos pobres que, en cualquier parte se hallan bajo el imperio de Nuestra Clemencia los protejo, defendiéndolos y sustentándolos con nuestras limosnas. Hemos hecho voto de visitar el Sepulcro del Señor con el mayor de los ejércitos, pues cumple a la gloria de Nuestra Majestad el humillar y reducir a los enemigos de la cruz de Cristo y exaltar Su Bendito Nombre.
No era la primera carta que este enigmático “rey-sacerdote”
enviaba a occidente, ni las primeras noticias que el mundo conocido tenía de su
existencia. Ésta fue la segunda carta, enviada al emperador bizantino Manuel
Comneno en el siglo XII. Antes, el Papa Alejandro II había recibido una carta
similar y hasta hay registros de que le respondió.
La idea de este utópico reino lleno de prodigios y riquezas,
con una organización social nada parecida a la de sus contemporáneos nació en
el momento oportuno, en el medioevo de las Cruzadas y fue materia literaria
durante mucho tiempo, aún en pleno Renacimiento.
Pero también las historias del Preste Juan y las maravillas
de su reino empujaron a exploradores europeos a adentrarse en las entrañas de
África, desde un territorio que cabalgaba sobre el Mar Rojo, incluyendo al
actual Yemen y al cuerno de África. Esa idea fue la que empujó a Diego Cão a introducirse en el continente negro a través de
sus ríos desde el Atlántico. Pero
al no haber sido encontrado nunca, el interés en su existencia desapareció
definitivamente. Sin
embargo, la historia del hombre en el cuerno de África es larga. Es posible que
la aparición del homo sapiens haya ocurrido en ese territorio, en Etiopía, una
de las naciones más antiguas de África, y
del mundo. Existe
cierta confusión en el uso del término Etiopía. Los antiguos griegos utilizaban
la palabra Αἰθιοπία,
que significa “el país de los rostros quemados”
para referirse a un área muy extensa, que abarcaba Nubia, Sudán, la
actual Etiopía y parte de Libia. En
un sentido amplio, podía referirse a cualquier lugar de África situado al sur
de Egipto, es decir, al África Negra. Aunque los abisinios o etíopes, como ellos mismos prefieren ser
llamados, tienen una gran impronta semítica en su historia, prefieren pensar
que la propia historia del hombre surgió de las entrañas de su tierra y no que
los semitas simplemente los invadieron. Pero ésa es otra historia. Cuando los abisinios adoptaron el
cristianismo alrededor del siglo IV después de Cristo, cortaron, en la medida
de lo posible, su relación con sus antepasados paganos de Arabia Saudita.
Beta Giorgis (Foto de David Vaucher) |
Con las Sagradas Escrituras traducidas
al ge'ez, la lengua de los abisinios, los traductores decidieron leer sus
textos de izquierda a derecha, como lo hicieron los babilónicos y asirios. Esta
decisión se debió probablemente a la influencia griega. Alguien, con grandes
habilidades filológicas, descubrió una manera de expresar las vocales en ge'ez
uniendo líneas cortas y círculos a las consonantes del alfabeto sabeano y modificando
las formas de algunas de las mismas consonantes. Así, los abisinios
convirtieron el antiguo alfabeto de Saba en un silabario. Eso generó el cambio
de algunos nombres, por ejemplo, Abisinia, se convirtió en Etiopía, a tal punto
que la denominación “abisinio” se convirtió en peyorativa.
Pero no todo es fantasía en las tierras del Preste Juan. Lalibela,
un pueblo perdido, con nombre de lepidóptero o hierba aromática e incomunicado
hasta hace una década, se descubre en las tierras altas de Etiopía. Atesora 12
iglesias esculpidas en la toba volcánica, muchas de ellas unidas entre sí por
retorcidos pasadizos y túneles sumidos en total oscuridad. Ninguna igual a otra,
talladas en bloques únicos, sin ladrillos, madera ni argamasa. Sus sacerdotes
les dicen "Construidas por Dios". Las más conocidas son Biet Medhani
Alem (Salvador del Mundo), la iglesia monolítica más grande del mundo y cuyos
muros rosáceos se estiran desde un foso de 12 metros, y Biet Ghiorgis (San
Jorge), un soberbio bloque en forma de cruz, reconocible aun desde el aire. En
sus lóbregos interiores se desarrollan inmutables los ritos, plegarias y
salmodias tal y como se celebraban en el siglo XII, en un idioma ininteligible
incluso para los feligreses, el ge'ez, la lengua litúrgica oficial, el
milenario idioma del imperio de Aksum. Desde las paredes de roca, decoradas con
rotunda sencillez, miran con ojos desorbitados las decenas de santos, ángeles y
vírgenes de piel tostada y expresión ingenua pintados por artistas antiguos. Un
tapete trata de disimular inútilmente la irregularidad rocosa del suelo.
En 1521, el capellán de la Embajada de Portugal llevó a Europa una
versión desteñida de su existencia, convencido de que nadie creería la verdad.
Y hoy, en cierto extremo de África, donde el tiempo parece haberse
detenido y cristianos e islamitas conviven en tolerancia, las tierras del
Preste Juan se materializan. Sólo un rincón de África. No su capital.
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