martes, 14 de julio de 2015

Morir antes de los 50

Hay países que no gozan de los servicios básicos de salud. Y habitantes de esos países cuya esperanza de vida al nacer es menor de los 50 años. Es decir que un niño que nace hoy en África tiene, en promedio, la probabilidad de vivir 50 años, si las condiciones de vida actuales no cambian.


Es mucho menos, en algunos casos. La mayoría der esos países están en África. La Organización Mundial de la Salud la llama la Región África. ¿Las causas de una esperanza de vida tan baja?  Empecemos por el nacimiento. El 10% de los niños muere por prematurez. Una prematurez que podría ser evitada, claro, si la madre tuviera servicios básicos durante el embarazo. O si al nacer prematuro, tuviera una adecuada atención. Otro 10% muere por asfixia o trauma en el momento del nacimiento, evitable, otra vez, si tuviera una adecuada atención; y un 5,7% por sepsis u otras infecciones relacionadas con el nacimiento. Esto es lo que sabemos de las muertes neonatales: las tres cuartas partes de las muertes de los niños hasta los 5 años son neonatales, o sea de menores de 28 días. Casi la mitad en la primera semana.

Hay mucho que no sabemos en las profundidades de África. Y hay algunas maneras de evitarlo, en algunos lugares, algunas experiencias. Como en Malawi, que es un ejemplo claro. Allí se utiliza la estrategia KMC con éxito en los centros sanitarios. ¿Qué es KMC? Nada más ni nada menos que “madres canguro”: potenciar el contacto piel a piel madre-hijo, especialmente en los primeros días y especialmente cuando el niño es prematuro. Con el uso de esa estrategia, las muertes de recién nacidos se han reducido de 40 muertes por cada 1.000 nacidos vivos en el año 2000 a 24 muertes por cada 1.000 nacidos vivos en el 2012. Malawi es uno de los pocos países de la región que ya ha conseguido este objetivo de desarrollo del Milenio al 2015. No hay canguros en Malawi, un país pequeño con gran densidad poblacional, bajo índice de desarrollo, alta tasa de HIV, con la mayor parte de su población viviendo en áreas rurales. Es una federación tribal de varios pueblos de origen bantú, mezclada con asiáticos y europeos, asentados en la orilla occidental del lago Nyasa, aquel donde pasó algún tiempo el Dr. Livingstone.

Las cuestiones que impiden a los niños llegar a los 5 años: el cólera, que mata de deshidratación y se esconde en todo lugar en el que no haya agua potable… Y es una de las muchas diarreas que mata a los menores de 5 años. La malaria, con el plasmodium, parásito de los glóbulos rojos e insidioso socio de los ubicuos mosquitos, en este caso, los Anopheles, varias de sus especies.
El Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, rector a nivel mundial en cuanto a enfermedades infectocontagiosas se trata, estima que en el 2012 más de 600.000 personas murieron de malaria y que la mayor parte eran niños pequeños del África subsahariana. Pero el mosquito puede ser un Aedes aegiptii y entonces habrá “dengue”, llamada por alguien la fiebre “quebrantahuesos” porque, como el “chikungunya” que es una voz del idioma Kimakonde que significa “doblarse”, en alusión al aspecto encorvado de los pacientes debido a los dolores articulares, produce fuertes dolores. Dengue y chikungunya son los nombres de los virus que los mosquitos Aedes transmiten.

Si todo eso falla, después de las fiebres hemorrágicas y los parásitos de toda clase, está la malnutrición, por no llamarla por su nombre, liso y llano, hambre. Por supuesto, agazapados a la sombra de las bajas coberturas de vacunación están la poliomielitis, la tuberculosis, el sarampión, la meningitis y la neumonía. Y el VIH, que alguna vez llegó a afectar a más del 75 % de la población de África. Desde el nacimiento, mejor dicho, desde la gestación. Hoy, uno de 20 adultos en la región tiene HIV. Y se transmite a través del embarazo, el parto y la lactancia.

Y después, cuando los niños salen del ámbito doméstico, en los ríos, las arenas y la selva, los esperan un grupo de enfermedades adecuadamente llamadas “enfermedades tropicales desatendidas”, moscas que provocan la enfermedad del sueño, mosquitos hematófagos que inoculan protozoos como la leshmania que ataca mucosas y vísceras, gusanos como el de Guinea que produce la dracunculosis, filaria como la onchocerca que produce ceguera, y los schistosomas que afectan su tracto urinario. La OMS desarrolla programas especiales para esas enfermedades, capacitando a las propias comunidades para defenderse. Pero el impacto sólo es alto allí dónde es posible llegar con elementos y materiales. Y no es a todas partes. No hay servicios básicos de salud para todos.

Está, diría alguien, Médicos sin Fronteras, una organización médico-humanitaria internacional que asiste a poblaciones en situación precaria, y a víctimas de catástrofes y de conflictos armados, sin discriminación por raza, religión o ideología política.

Pero en África, la vida cotidiana puede ser una catástrofe. Desde que irrumpimos en ella como si fuera nuestra. En un planeta Tierra que nos pertenece. Y no tiene capital.

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