lunes, 29 de junio de 2015

El año en que estuvimos en ninguna parte


África, inmenso continente imaginado oscuro ,no sé por qué, tal vez por aquellos mapas pizarra que había en nuestra época de estudiante, de esos en los que el profesor de geografía escribía con tiza. Un continente de división política variable, todavía –y recientemente- liberándose de las cadenas coloniales. Un mapa inestable, con países que aparecían y desaparecían a merced de las luchas internas de las que sólo nos enterábamos si alcanzaban niveles sanguinarios o si millones de habitantes eran –¿o son?- desplazados a través de fronteras imaginarias, trazadas con regla a campo traviesa ignorando florestas inexploradas, desiertos sólo conocidos por tuaregs o bosquimanos, ríos anchísimos, o mesetas estériles.






Por ahí, en 1965, en medio de nuestras propias luchas, surgía el rumor de que algún argentino organizaba revoluciones en el Congo, y mirábamos el mapa y encontrábamos desembocando en la axila de África un río ancho, y si investigábamos, descubríamos que el río Congo y una inmensa selva ecuatorial que oculta toda clase de vida exótica… Una inmensa zona aun parcialmente desconocida de tierra roja y plena de negritud: Zaire. Pero Guevara –ése era el argentino- y los cubanos negros que lo acompañaban asaltaron las fuerzas coloniales belgas no desde la desembocadura de ese prodigioso río sino desde el corazón de África, desde Tanzania, atravesando un lago para sumergirse en los claroscuros de la selva y descubriendo, ya en ese entonces, fiebres y miserias humanas. Él mismo definió ese tiempo como “El año en que estuvimos en ninguna parte”.
Cómo saber cuál es la capital de África, ni siquiera saber que no es un país, si es un territorio codiciado por sus riquezas, violado sucesivas veces y descuartizado desde Europa por acuerdos que ignoraron sus culturas, pre-existentes y diversas: esto, de Bélgica; aquello de Francia; esto otro, de Portugal; este pedazo, de España. El contacto de los reyes africanos, sean Etíopes, Congoleños, Mamelucos o Mandinkas con la cultura europea, produjo una deformación de sus mandatos ancestrales y debilitó sus principios, facilitando el que sucumbieran y cayeran en las trampas del esclavismo y las dictaduras tribales o, simplemente, en las dictaduras personalistas.
Esclavos traficados por sus propios hermanos africanos. Allá y acullá algún jefe tribal disfrazado de europeo oprimiendo a su propia gente. Miles y millares huyendo a través de las rígidas fronteras trazadas con tiza –una y otra vez-, huyendo de la violencia, de la opresión, del hambre, hacia el hambre. Una libertad que los acoge en contenedores de metal bajo el sol ardiente o, gracias a la tecnología puesta en funcionamiento por agencias internacionales, en mejores opciones. Pero no nos engañemos, no es un refugio temporal. Hay quienes ya llevan tres generaciones viviendo en condiciones de “refugiados”. Y a veces esas condiciones son mejores de las de sus vecinos originarios de las paupérrimas tierras que los acogen.
En 2014, alrededor de once millones de personas, entre refugiados, apátridas y quienes intentan retornar a sus países de origen circulaban bajo la protección de agencias para refugiados. Sus beneficiarios son los sudaneses que buscan asilo en Sudán del Sur y los sudaneses de Darfur obligados a huir a Chad; los malienses que se dirigen hacia Burkina Faso, Mauritania y Níger; los refugiados del Congo Oriental que tratan de llegar a Burundi, Ruanda y Uganda; y los refugiados de África Central que van a Camerún, Chad y la República Democrática del Congo. Un panorama pesimista, sin considerar los refugiados ya instalados hace varios años en Dadaab, en el este de Kenia, el mayor campo de refugiados del mundo. Una dimensión acotada por la tragedia. Un espacio que, cuando la hambruna azotaba el Cuerno de África, ocupó las portadas de los periódicos y los titulares de los noticieros de televisión, y que solo hechos violentos vuelven a incluirlo en el horizonte mediático. Allí viven más de 100.000 personas, sin esperanza de retornar a sus hogares. Su hogar es ése.
Y hasta hace unas pocas décadas allá, justo al sur, un país de negritud con gobernantes blancos, los afrikáner, dueños de la tierra y de los derechos cívicos. Un país sin esclavitud, pero sin igualdad, ignorando los derechos de los dueños originarios de la tierra. Le decían apartheid. Una política de segregación racial inversa. La minoría segregando a la mayoría: Los negros sin derechos en su propio país africano. 20 años desde el cese del apartheid aun no logran levantar una nación con inmenso potencial económico y graves heridas sociales. Sudáfrica es solo un país dentro de la inmensa África.
En lo profundo de la selva o del desierto: diamantes, oro, uranio o petróleo. La razón de luchas y despojos. Por eso parece justificarse la pregunta: ¿Cuál es la capital de África? 

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