domingo, 19 de julio de 2015

Ébola I: El descubrimiento



1976. El paquete –un termo azul brillante- llegó desde algún lugar de  la oscura selva del Congo Belga hasta el Instituto de Medicina Tropical de Amberes, Bélgica. Parecía cualquier termo de café. Pero contenía la sangre –en viales rodeados de hielo- de una monja enferma. Sólo llevaba una pequeña nota del médico aclarando que no había podido identificar la enfermedad. La paciente había sido tratada con antimaláricos, antibióticos y antipiréticos sin lograr ninguna mejoría. El que recibió esta nueva caja de Pandora era Peter Piot, de 27 años.

Esta entrega inusual había viajado desde Kinshasa, en el equipaje de mano de un pasajero en un vuelo comercial. Y uno de los viales rotos había humedecido el hielo del termo, ya casi descongelado.
Al poner bajo el microscopio una muestra "vimos un gusano gigantesco para los estándares virales", dice Piot. "…sólo otro virus parecía eso y era el virus de Marburg".
Otra vez una caja de Pandora. Pero esto parecía mucho más grave. Pronto las noticias de las muertes superaron la emoción del descubrimiento. Los síntomas: fiebre, diarrea y vómitos seguidos de sangrado y, finalmente la muerte. Los viales también habían llegado a otros laboratorios de referencia, y pronto se organizó una respuesta de nivel mundial a la nueva amenaza.
Pronto Piot, que nunca había estado en África antes, volaba a Kinshasa, formando parte de uno de dos equipos de investigadores que tenían por objetivos detener la transmisión de la enfermedad en Kinshasa; encontrar el foco de la epidemia en la zona de Bumba y controlarlo; establecer la vigilancia epidemiológica de los casos; obtener el plasma de pacientes recuperados para usos terapéuticos; documentar las características clínicas y epidemiológicas de la enfermedad e identificar los posibles reservorios.  
Para muchos, como para Piot, el viaje habrá sido especial: "Fue un vuelo de noche y no pude dormir. Estaba tan emocionado de ver a África por primera vez y por la investigación de este nuevo virus y detener la epidemia."
Desde Kinshasa tuvieron que viajar al centro del brote, una aldea en la selva ecuatorial, aproximadamente 1.000 km al norte, primero en un avión de transporte en el que incluso llevaron un vehículo todo terreno, combustible y todo el equipamiento que necesitaban.
Cuando el C-130 aterrizó en Bumba, un puerto fluvial situado el río Congo al norte, el miedo que rodeaba a la misteriosa enfermedad era tangible. Incluso los pilotos no quisieron detenerse mucho tiempo: mantuvieron los motores del avión en funcionamiento mientras descargaban el equipamiento
"Cuando bajamos, ellos gritaron 'Adieu'", dice Piot. "En francés, la gente dice 'Au Revoir', 'Nos vemos de nuevo', pero 'Adieu', bueno, eso es como decir: 'Nunca te veremos de nuevo’”En Yambuku había una antigua misión católica, que tenía un hospital y una escuela dirigida por un sacerdote y unas monjas, todos ellos de Bélgica. Estaban en el corazón de África, Una exuberante selva tropical surgiendo de la tierra color rojo y creando claroscuros en la naturaleza y en el horror que allí se vivía.
“Cuando llegó Piot, las primeras personas que conoció fueron un grupo de monjas y un sacerdote que se había retirado a una casa de huéspedes y establecieron su propio cordón sanitario - una barrera utilizado para prevenir la propagación de la enfermedad: había un cartel en el cable, escrito en el idioma local lingala que decía: por favor, retírate, cualquiera que cruce puede morir."
La prioridad era detener la epidemia, pero primero el equipo necesitaba descubrir cómo este virus se movía entre las personas -por el aire, en los alimentos, por contacto directo o por insectos-. "Tuvimos que empezar a hacer preguntas. Fue realmente como una historia de detectives", dice Piot.
 
El mapa de las aldeas visitadas por Peter Piot
Posteriormente, el equipo descubrió que las mujeres que asistieron a la clínica de atención prenatal todos recibieron una inyección de rutina con jeringas reutilizables.
El misterio del virus comenzaba a desmoronarse.
Nos fuimos de pueblo en pueblo y si alguien estaba enfermo se lo ponía en cuarentena", dice Piot. "También pusimos en cuarentena a cualquier persona en contacto directo con las personas infectadas y tratamos de que todos supieran cómo enterrar correctamente a los que habían muerto a causa del virus."
El cierre del hospital, la cuarentena y la información necesaria a toda la comunidad finalmente pusieron fin a la epidemia, pero cerca de 300 personas murieron.
Piot y sus colegas habían aprendido mucho sobre el virus durante tres meses de Yambuku, pero todavía carecía de un nombre.
"No queríamos ponerle el nombre de la aldea, Yambuku, porque es muy estigmatizante. Nadie quiere estar asociado con eso".
El equipo decidió nombrar al virus como uno de los ríos de la zona. Tenían un mapa de Zaire, y el río más cerca que podía ver era el río Ébola. A partir de ese momento, el virus que llegó en un frasco a Amberes sería conocido como el virus Ébola.
Un río en el corazón de África. O Ezanga, un viejo demonio conocido de los pigmeos, invisibles habitantes de esos territorios.







1 comentario:

  1. Un continente del cual muchos creen que es un país y preguntan cual su capital, tiene una historia muy rica aunque lamentable sobre dos enfermedades (VIH y Ébola) que han marcado la historia de la humanidad. Desconocidas para mi por supuesto.

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