viernes, 26 de junio de 2015

El río que recoge las aguas de todos los ríos


Diogo Cão era hijo ilegítimo de un militar, que también era hijo ilegítimo. Tal vez eso, y los aires que soplaban en Portugal -por ese entonces en el borde del mundo conocido- lo empujaron a búsquedas audaces que lo convirtieron en uno de los más destacados navegantes portugueses del siglo XV. Es así que por ahí de 1450, se encontró con la desembocadura de un ancho río y con los habitantes de un reino que dominaba sobre él. Ellos eran la etnia bakongo, y él los llamó el Reino Congo y al río, el Nzadi, lo llamó Zaire. Los bakongo habían llegado hacía varios siglos desde el sur y se habían instalado a las orillas de este inmenso río que, pronto descubrirían, se tragaba todas las aguas de la exuberante selva ecuatorial.




Ellos se quedaron en la zona más cercana a la costa, dejándoles a los bantúes y a los twa la profundidad de la jungla. Allí donde instalaron su reino, el río se ensancha hasta convertirse en el profundo lago Malebo y luego se estrecha para  precipitarse una y otra vez, incansablemente, en cascadas y cataratas, hasta entregarse mansamente al mar en medio de bancos de arena.
Diogo Cão intentó lograr el vasallaje de su rey, Nzinga Nkuwu y pronto descubrió que los bokongo no eran un pueblo primitivo. Tenían una organización social compleja que incluso, consideraba y protegía a la familia y a los discapacitados. Y en vez de llevarse unos nativos de muestra, llevó una delegación diplomática del Reino Congo a su Rey, Juan II, a su regreso a Lisboa. Y con eso logró su título de cavaleiro, su escudo de armas y una renta vitalicia.
La fascinación que África ejerció sobre Diego Cão hizo que realizara varios viajes, más allá de la desembocadura del río Zaire y aun entrara en él, pensando que así sería posible llegar a las mentadas tierras del Preste Juan. Lo cierto es, dice la leyenda, que murió en las fauces de un cocodrilo en el mismo río. 
Si hubo una llave para entrar al Zaire en la época colonial, fue Kinshasa. Sir Henry Stanley la llamó Leopoldville. Antes de los europeos, los pueblos bantúes se instalaron en la región del medio y bajo Zaire, territorio exclusivo de los twa. Diferentes tribus y pueblos componían la nueva población. Víctimas de la trata de esclavos o protagonistas del comercio de marfil; ambas actividades enriquecieron al Reino Congo entonces erigido en reino instalado junto a las cataratas que impedían el ingreso a África Central desde el río.
Pero para 1920, Kinshasa era un conglomerado de aldeas tribales y viviendas que las empresas europeas instalaron para sus empleados. De hecho, el nombre de la ciudad deriva de Kinsasa, que en lengua local significa mercado. Hasta ese mercado llegaban, sobre las aguas del río -que recoge las aguas de todos los ríos del África Central- toda clase de objetos, alimentos -vivos y muertos- y personas.
La mezcla era tan grande que el Congo –el nombre se fue apropiando del río y de la zona- llegó a tener su propia lengua: para mediados de 1800, la lengua franca usada a lo largo del río era llamada Lobangi, una lengua construida con retazos de las lenguas de los trabajadores africanos que los occidentales llevaron de Zanzíbar, Comores y Tanganica. Luego, hasta los europeos comenzaron a usarla. Alrededor de 1900 se terminó llamando Lingala, la lengua del Congo.
Y el río es tan grande –tan largo- que por mucho tiempo los exploradores pensaron que se trataba de dos ríos, pues cruza dos veces el ecuador, una vez de sur a norte y otra de norte a sur. Sir Henry Stanley acabó con las dudas cuando en 1877 lo recorrió de cabo a rabo.
La barrera que suponen las cascadas y cataratas del bajo Congo se superaron con ferrocarriles que permitieron unir Kinshasa con Matabi, un puerto fluvial antes de las cataratas.
Es un río caudaloso, casi tan caudaloso como el Amazonas y sus afluentes, con nombres como Lubulo, Aruwimi, Epulu, Likati, Swhari, Ebola, Yengue, Solongo y muchos más forman una tupida red que drena un territorio selvático no sólo rico en maderas preciosas sino que también fue una fuente de marfil, caucho, uranio, y hasta diamantes, que hizo que los europeos se aferraran a sus afanes coloniales y esclavistas mucho más allá de la Revolución Francesa y la Declaración de Derechos que reconocía a todos los hombres iguales. Aún más, se hacía uso de los mismos africanos para oprimir a otros pueblos, es por eso que hubo una gran movilidad de etnias dentro del continente. Y simultáneamente, el afán de islámicos y cristianos en propagar su fe tratando de domesticar su corazón indómito. En consecuencia, los pueblos africanos  lucharon durante décadas entre sí tratando de decidir si querían estados tribales según sus costumbres, o estados europeizados, según lo que el neocolonialismo les proponía. En algunos lugares, lucharon casi hasta el exterminio, y muchas veces, sin saber por qué luchaban.
Entramos a África como si fuésemos de vacaciones. Incursionamos, bautizamos ciudades, hicimos guerras, y nos trajimos recuerdos… de África.
Como si fuera un país exótico. Con capital.


Referencias:











https://en.wikipedia.org/wiki/Lingala


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